La figura masculina ha sido desorbitadamente más significativa que el de la mujer. Desde tiempos remotos, el hombre es quien se ha encargado de proveer por su hogar, de conseguir el alimento y de mantener a flote a su familia, circunscribiendo a la mujer en todo lo relativo al cuidado y bienestar del hogar y de sus hijos. No es un hecho titilador, ni algo excepcional este tipo de roles socio – económicos y políticos en la actualidad, pues, la realidad de la mujer es diferente dependiendo del lugar geográfico en el que se encuentre ubicada.
Las mujeres, a lo largo de la historia, se han visto en la obligación de luchar por sus derechos, con el objetivo de obtener los mismos que el otro género y desvincular esa desdeñable dependencia patriarcal. La autonomía comienza por su independencia económica, por lo que, la integración de la mujer al mercado laboral es esencial.
Actualmente, en lo que se refiere al ámbito laboral, las mujeres son víctimas de discriminación, de la brecha salarial y acoso sexual. Además, son las que encabezan la tasa de desocupación. En España, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), con respecto a la tasa de paro, muestran que este 2020, 18.390 mujeres se encuentran en desempleo, cifra superior a los 14.390 hombres, en la misma situación.
El sexo, la edad, el origen étnico y la cultura son factores que formulan la conjetura discriminatoria en el mercado laboral. En el periodismo, aunque el 64 % son mujeres, el 27 % ocupan cargos directivos. Por tanto, lo arduo es alcanzar y formar parte de las estructuras de poder dentro del sistema comunicativo – informativo. Además, se suma a la problemática, el estereotipo y canon de belleza exigidos en el panorama y la debatible presencia femenina en el ámbito deportivo.
En el siguiente artículo se va a analizar de manera crítica este tipo de injusticias, concretándolo en la representación femenina en el periodismo televisivo y de entretenimiento. Finalmente, se procederá con las conclusiones obtenidas del análisis.
Informativos y programas de entretenimiento
La Real Academia Española (RAE) define estereotipo como: «Imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad de carácter inmutable». Desde tiempos remotos, al hombre se le ha asignado valores como: fuerza, virilidad o independencia. En cambio, la mujer ha asumido valores como la afectividad, la dependencia o la fragilidad. Estos estereotipos van ligados a otros como la belleza, la seducción o el atractivo. Es por lo que, las féminas tienden a aparecer siempre como subordinadas a la figura masculina.
Los medios de comunicación, además de poseer el poder de influenciar a masas, también afectan a nuestra forma de percibir la realidad que nos rodea. Además, son considerados un importante instrumento para la socialización y la transmisión de valores, que se convierten en ocasiones en modelos de referencia para la sociedad. Es por esta razón que la representación de la mujer canónica y sexualizada puede llegar a ser normalizada.
Por tanto, los conceptos y valores mencionados anteriormente, los cuales se asignan al hombre y a la mujer, de forma independiente, en la industria mediática se consolidan. La sexualidad femenina aparece como un objeto, el cual, no se identifica con el público femenino. Tienden a exhibirse siluetas delgadas y esveltas, con una preponderancia de la mujer joven y bella, siendo un reclamo para aumentar las audiencias. La intención mediática es cubrir la imagen femenina con un barniz de modernidad.
La belleza y la edad son indicios claves para la mujer periodista en informativos televisivos o programas de entretenimiento. En cuanto al primer ítem, los medios consideran un elemento fundamental la buena imagen de sus presentadores, en ambos géneros. No obstante, este requisito prima más en las féminas. Los presentadores (hombres) ostentan así las cualidades de personalidad, autoridad y experiencia, mientras que en las mujeres destacan su buena imagen y su buena voz. El encanto de sus presentadoras es magnificado por los medios, hasta tal punto que, realizan periódicamente encuestas sobre las presentadoras más guapas de la televisión.
Aunque la belleza sea un requisito, también se retracta en sí misma. Un estudio de la Universidad de Indiana (Estados Unidos), afirma que la audiencia masculina presta más atención a la presentadora si es atractiva, sin embargo, no les otorgan la credibilidad debida en cuanto a temas políticos o bélicos.
La diferencia de edad entre el colectivo masculino y femenino, de los conductores televisivos, es significativa. La media de edad de los presentadores es de 47.6 años y 39.2 años, la media de las mujeres. Se trata de una disimilitud de 8 años, aproximadamente. Ya en 1988 Fung advertía: “los puestos de trabajo de conducción van para mujeres jóvenes y hombres experimentados".
Así pues, en el periodismo televisivo se origina una segregación y brecha dentro del colectivo femenino. Alcanzar una vacante se verá regida por clichés impuestos socialmente, en los que la belleza y longevidad se anteponen a la experiencia.
Los medios de comunicación, como se ha mencionado anteriormente, tienen la capacidad de influir a masas y de modificar la realidad de éstas. Por lo que, seguir reproduciendo imágenes estereotipadas de las mujeres, cuyo fin es captar a más audiencia, resultan ser un flaco favor para el colectivo femenino y para la sociedad, en general.
Por una parte, la posibilidad de obtener un puesto consolidado como presentadora, ya sea de un informativo o de un programa de entretenimiento, resulta ser un camino espinoso. La experiencia y la formación quedan eclipsadas por una imagen armoniosa y una «eterna juventud». Por lo cual, se trata de requisitos que potencian la discriminación y limitan refutadamente las ofertas de trabajo en este sector, en concreto.
Por otra parte, la exhibición constante de mujeres canónicas provoca que la audiencia femenina consolide esos cuerpos como modelos a seguir. De ahí que se deriven inseguridades sobre el aspecto físico que, en el peor de los casos, desencadenan trastornos de alimentación, como la bulimia o la anorexia. Enfermedades que no solo afectan al público, sino también a las mismas conductoras televisivas. La presión por cumplir categóricamente las exigencias de los medios de comunicación, de estar siempre «perfectas», les puede causar angustia y trastornos de ansiedad.
Como el periodismo es considerado el cuarto poder, por influir en masas, debería utilizar dicha cualidad como herramienta para estigmatizar todo lo que se percibe de la mujer en la audiencia. Sobre todo, la imagen de la «mujer – adorno», para que el sector mediático apueste en la diversidad femenina, sin inferir en el cuerpo o la edad.
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