El silencio del suicidio

Recuerdo cuando nos comunicaron la muerte de mi tío. Mi madre y yo charlábamos en la cocina con nuestra vecina. Entonces, sonó el teléfono. Tuvo que sentarse ante la fría noticia. Ahí aprendí que lo inimaginable solo ocurre entre un segundo y otro, entre lo que haces y dejas de hacer cuando te enteras. Así te cambia la vida.

No recuerdo, sin embargo, una explicación clara de su fallecimiento. “Llevaba tiempo enfermo”, decían. Yo tenía doce años, era la primera muerte cercana de la que era realmente consciente. ¿Enfermo? ¿De qué? Hasta ese momento, ese tío que me abrazaba siempre al verme no me había parecido enfermo. Nadie quiso decirme nada. Nadie quiso decirme que la depresión era una enfermedad más, como muchas otras, como el resto de enfermedades psicológicas; y que también causa la muerte si no se cura.

Por un túnel de silencio viví su muerte. Un año después, tras mucho oír hablar más de desconocidos que de conocidos y el “se le cruzaron los cables” de mi tía, su mujer, comprendí que él se había suicidado. Con ello, conocí la niebla oscura que envuelve las enfermedades mentales, el prejuicio y miedo a ser juzgados y condenados, como locos, como débiles. No obstante, también aprendí que, para mí, no iba a ser así. Ese mismo año, empecé a ir a mi psicóloga, como también iba al dentista o al médico de cabecera. Pero, sobre todo, aprendí a ir sin miedo y a terminar con el silencio del suicidio.

Publicar un comentario

0 Comentarios