Joseph Pulitzer, William Hearst, Ryszard Kapuscinski, Ernest Hemingway, Mario Vargas Llosa, o, incluso, si viajamos al presente, Ignacio Escolar, Iñaki Gabilondo, Carlos Alsina, Jordi Évole, todos ellos tienen tres cosas en común: que son periodistas, sí, que son conocidos, también, pero, sobre todo, que son hombres.
Y es que, desde que el periodismo comenzó a convertirse, allá por el S.XIX, en el oficio que conocemos hoy en día, han sido muchas las mujeres que se han dedicado a él pero muy pocas las que han conseguido que sus esfuerzos y escritos salieran a la luz.
Algunas, como Dorothy Lawrence, tuvieron que hacerse pasar por hombres al más puro estilo Mulán, para poder llegar a sitios en los que no les dejaban entrar. Esta periodista inglesa lo hizo, concretamente, para poder luchar en la Primera Guerra Mundial y conseguir, así, cubrirla.
Otras, como la fotorreportera alemana Gerta Pohorylle, se vieron obligadas a compartir el éxito para dedicarse a lo que más les gustaba. Bajo el pseudónimo de Robert Capa, su marido y ella hicieron fotografías que, aun actualmente, sirven de ejemplo en muchas facultades de comunicación del mundo. Sin embargo, la mayor parte de gente atribuye la autoría de todas las obras al que fue su pareja, Endre Friedmann.
Injusticias así se han cometido siempre, por eso, cuando alguien nombra a Francisca de Aculodi, Beatriz Cienfuegos, Elizabeth Jane Cochrane, Carmen de Burgos, Martha Gellhorn, etc., uno puede contar con los dedos a aquellos que saben de su existencia.
Pese a estar en el olvido, las mujeres mencionadas en el párrafo anterior, han dejado huellas muy grandes en el sector, y el hecho de que intentaran ser borradas del camino, no quita que algún día estuvieron ahí e hicieron historia. Aculodi, de hecho, fue la primera mujer periodista que ha habido e inició su carrera en 1683, al continuar con el trabajo de su difunto esposo y fundar una publicación quinquenal.
Todas ellas, han sido puestas sobre el papel por aquellos dispuestos a reescribir la historia y perseguir, precisamente, uno de los principios que ha buscado el periodismo desde sus inicios: la verdad. Sin embargo, queda patente, teniendo en cuenta que, en la mente de la ciudadanía, ellos siguen mucho más presentes que ellas incluso cuando estas debieron esforzarse el doble para llegar a los mismos sitios, que todavía hay mucho por hacer si pretendemos que sus voces, aunque ya apagadas, no se extingan nunca.
Pero, la cuestión es, ¿ha mejorado la situación de las periodistas? Muchos dirán que sí, puesto que ahora una no necesita ingeniárselas para vestir como un hombre o tener el permiso de su padre u marido para poder ocupar una mesa dentro de la redacción de un periódico.
Sin embargo, pienso que esto solo podría considerarse un avance si lo anterior fuera visto como una pequeña molestia que no ha costado años de lucha erradicar y, como está claro que sí ha hecho falta aguantar carros y carretas para llegar a una situación que debería haber sido la normal desde el principio, personalmente, creo que la respuesta es no.
No mientras los sueldos de un hombre sigan siendo mayores que los de una mujer que ocupa el mismo puesto, no mientras solo uno de los dos sexos pueda llegar, sin problema alguno, a la cúspide del sector, no mientras sus nombres sigan siendo recordados por encima de los de ellas, no mientras ellos sigan cubriendo los temas más interesantes, no mientras a ellas se les siga exigiendo más para tener lo mismo.
Y es que, 2 de cada 3 mujeres periodistas, es decir, el 66,7 %, ve imposible ascender en sus puestos de trabajo (Plataforma en defensa de la libertad de información e Ideara,2020), hecho que podría deberse a que, tradicionalmente, han sido ellas quienes han sacrificado su carrera para dedicarse tanto al cuidado de la casa como al de sus hijos.
Es esta falsa creencia de que la mujer va a abandonar su trabajo en cuanto surja un problema familiar la que hace que, todavía en 2020, se hagan, en las entrevistas, preguntas personales relacionadas con si se tienen, o no, hijos, si se quieren tener en un futuro, el matrimonio, etc.
En cuanto al sueldo, de nuevo, las chicas salen perdiendo, dado que, habitualmente, el suyo oscila entre los 600 euros hasta los 1500-2000 euros al mes, mientras que los hombres ocupan un mayor porcentaje entre quienes ganan, en el mismo periodo de tiempo, desde 2000 hasta 4000 euros (García Saiz, 2018).
Esta clara diferencia entre las ganancias de un grupo y el otro parece ser una consecuencia directa de los puestos que suelen ocupar en las empresas ya que, a pesar de que las mujeres representaban, en 2018, un 64 % del sector en España, solo ocupaban, a nivel global, un 32 % de los puestos de gran responsabilidad (García Saiz, 2018).
En España, el panorama tampoco es mejor. En la televisión, por ejemplo, hay muchas mujeres trabajando, sí, pero, en 2018, solo el 27 % de los cargos directivos de cadenas como Antena 3 o Mediaset, estaban ocupados por ellas (Izquierdo Castillo, 2020).
Lo más preocupante es que, dentro de este porcentaje, hay mujeres a las que se les ha permitido, por decirlo de alguna forma, tener tal posición en la empresa por ser hijas o familiares de los dueños. Esto significa que, a pesar de haber llegado lejos, podrían no haberse tenido en cuenta sus logros por lo que podrían haber sido, como lo han sido tantas otras a lo largo de la historia, subestimadas y/o menospreciadas.
Es el caso de Marina Berlusconi que, actualmente, forma parte del consejo de administración tanto de Mediaset como de su homónimo en España y, entre otras cosas, preside, desde 2005, el holding Fininvest, que nació de la mano de su padre Silvio Berlusconi en 1975.
Además, no es, únicamente, el tema de las desigualdades en los puestos de gran responsabilidad y los sueldos lo que preocupa a la sociedad, aunque también, sino que, además, hay que tener en cuenta otras cosas que, en pleno S.XXI, no deberían ocurrir.
Hablo, por ejemplo, de esos 2/3 de periodistas españolas que aseguran haber sufrido acoso online (Plataforma en defensa de la libertad de información e Ideara, 2020), además de todas aquellas que piensan que la presión que se les exige es mucho mayor que la que tienen los hombres y que las críticas que reciben, que a menudo implican comentarios sobre su físico o su vida personal más allá del trabajo, suelen ser muy duras respecto a las que se les hace a ellos (Plataforma en defensa de la libertad de información e Ideara, 2020).
Todo esto, sumado al hecho de que la prensa, en general, ha fomentado siempre una imagen estereotipada de la mujer frágil, dependiente, cariñosa y sumisa, que, nos guste o no, es la que ha habido y seguirá habiendo durante años en el imaginario colectivo tanto a nivel nacional como a nivel mundial, ha hecho del periodismo una profesión que, aunque muy bonita para aquellos que aspiramos a vivir de ella, también tiene mucho camino por recorrer hasta conseguir ser, por fin, el ejemplo de igualdad de género que la sociedad necesita ver en el cuarto poder.
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