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Manifestación para pedir justicia por el asesinato de George Floyd. Fotografía del periodista Chandan Kanna. |
Recuerdo el vídeo, la pierna de Derek Chauvin en su garganta. Meses de gritos, lágrimas y sangre parecieron dar su fruto la semana pasada, con la condena del expolicía que asesinó a Floyd. Dicen que podrían caerle más de 40 años de prisión y creo que cobrarse una vida humana por el simple hecho de no saber respetar las diferencias bien merece una pena mucho mayor.
Siendo sincera, no puedo decir que la noticia me alegrase. Chauvin entrará en la cárcel, sí, pero se portará como un buen chico y esos 40 años dejarán de ser 40. Floyd, sin embargo, jamás volverá a casa y, mirándolo así, no se ha hecho justicia.
No si, tras un pasado lleno de esclavitud y mentes más bien cerradas seguimos apretando fuerte el monedero cuando vemos pasar a un negro. No si damos por hecho que esa chica debe cantar genial, y madre mía, qué ganas de tocar su pelo afro. No si le decimos al chico del "bazar chino" lo bien que habla español aunque él y sus hermanos hayan nacido aquí. No si creemos que es mejor no acercarnos al gitano del barrio, que a ese le gusta mucho el oro, y tampoco al moro y el sudamericano, ¡que nos roban el trabajo!
Por un túnel de silencio, un túnel lleno de estigmas e ignorancia, es por donde nosotros, los blancos privilegiados, hemos obligado a pasar años y años a quienes no nos gustaban. Un túnel cuyo final era un camino en el que, está tan bien la cosa, que continuamos usando palabras como « mulato », vamos « hechos unos gitanos », « hacemos el indio » y, por supuesto, « trabajamos como negros ».
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